| Por Mary D. Dillard

‘Sé un hermano y una hermana para los que te rodean’

La hermana Marta Tobón trabaja para construir futuros de esperanza

Desde 1981, la Hermana Guadalupana Marta Tobón, originaria de Colombia y actual directora del Centro Católico de Ayuda en Eutaw, ha servido al Señor a través de su congregación, Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo. Es bien conocida por proclamar, “Que Jesús sea conocido y amado es la pasión de mi vida.” Para las almas que han tenido la fortuna de cruzarse en el camino de la hermana Marta, serían las primeras en atestiguar que su pasión ha sido su recompensa.

Una de esas personas es Jeanette Boyd, quien perdió su casa y todas sus pertenencias en un incendio el año pasado, apenas 20 días antes de Navidad. Aquella horrible noche, Boyd recuerda que fue despertada abruptamente. “Dios me despertó,” insiste. Agarró el teléfono     y se dirigió a la sala. Una vez allí, el denso humo fue motivo inmediato de alarma. Tratar de abrir la puerta principal resultó casi imposible, pero después de tres intentos y “clamando a Dios” pidiendo a Jesús ayuda, la puerta de enfrente se abrió. El ingreso de oxígeno avivó el fuego que pronto consumió toda la casa.

“Es duro cuando no tienes ayuda, cuando no tienes seguro,” explica Boyd. “Me ha afectado mucho.”

Si perder su casa no fuera suficiente, cinco meses después del devastador evento, Boyd todavía estaba conmocionada por la experiencia. Aunque había encontrado un lugar donde vivir, estaba preocupada por su antigua casera. La casa que ella poseía estaba situada en la propiedad de una mujer de 95 años. Con la ciudad exigiendo que se retiraran los escombros del incendio, Boyd vivía cada día son el temor de que su amiga fuera multada. Intentó remover los escombros y quito lo que pudo, pero se necesitaba maquinaria pesada y la experiencia de un contratista. Sabiendo que necesitaba ayuda, Boyd se acordó del Centro de Ayuda y los “ángeles” que reemplazaron los gabinetes de la cocina años atrás.

La Hermana Marta fue a la propiedad para evaluar la situación y simplemente escuchar a Boyd. Al escuchar la desesperación en su voz, la Hermana Marta hizo unas llamadas telefónicas y la tranquilizó: “Duele, pero Dios va a estar contigo. ¡Por eso estamos aquí! Te amamos. Dios te ama.”

Sin parpadear, Boyd respondió, “Estaba asustada, pero siento que Dios está abriendo puertas… ¡Tengo esperanza y la estoy reclamando! Él va a abrir el camino…Tiene algo planeado.”

Dar esperanza a quienes más lo necesitan, sostiene la Hermana, es algo que no puede hacer sola. “Estamos contentas de vivir aquí,” señala. “Nosotras damos nuestras vidas por Jesús…pero este centro es nada sin los voluntarios…nada sin las donaciones. Quienes dan su tiempo, talento y tesoro se convierten en la esperanza para los que sufren.”

La esperanza a la que se refiere la Hermana Marta brilla cristalina a media hora al sur de Eutaw en una pequeña localidad llamada Forkland. En una de las carreteras rurales de Forkland, vive Zollie Graves de 73 años. Toda su vida ha vivido en la misma parcela de tierra, apenas sobreviviendo y haciendo lo posible por salir adelante. Con el paso de los años, perdió a su esposo y después a su madre. Su casa empezó a mostrar su vejez, pero al carecer de medios y de ayuda, las reparaciones no fueron hechas. La casa de Graves tenía problemas de plomería y tejado causando muchos otros problemas, desde los tablones del piso podridos hasta moho y humedad. “Estaba abrumada,” confiesa. Como era de esperar, afrontar los problemas sola era demasiado, así que el año pasado fue en busca de ayuda.

Su angustia la llevó al juzgado local. Un empleado, que conocía a las hermanas y el trabajo que se realizaba en el Centro de Ayuda, aprovechó su hora de almuerzo para mostrarle a Grave donde estaban localizadas las hermanas. La Hermana Marta se reunió con Graves y luego fue a su casa para ver por sí misma a lo que se enfrentaba ella sola. En poco tiempo, la Hermana Marta tenía un plan preparado y empezaron las obras de reparación necesarias. “Estaba rezando y realmente agradezco la ayuda porque no tenía el dinero,” dice Graves. “¡Cuando tienes ayuda como esta, te ayuda a mirar hacia el futuro!”

El tiempo, talento y el tesoro de unos pocos transformaron lo que a Graves le parecía insuperable en una fuente definitiva de esperanza para ella. “Realicé que no estoy sola en el mundo” reconoce, “porque esos hombres me mostraron el amor de Dios.”

La nueva esperanza de Graves es prueba de una de las afirmaciones de la Hermana Marta: “Dios quiere que nos ayudemos unos a otros.” Ella sostiene que es una misión sagrada destinada a todos. La comida, la ropa, la ayuda para el alquiler y los servicios públicos, los artículos de limpieza, las reparaciones de las casas — todo esto sería imposible sin quienes están dispuestos a escuchar la llamada de Dios. “Cuando la gente escucha las necesidades de los otros y responden con amor,” dice la Hermana Marta, “todos se convierten en un equipo con nosotras. No son las hermanas las que lo hacen; sino los fieles que abren sus ojos y sus oídos para escuchar al Señor diciendo, ‘Sé hermano y hermana de los que están alrededor.”

Responder al llamado de Dios para ayudar a otros y responder con amor ayuda a darle dignidad y esperanza a las personas, al mismo tiempo que crea un desvío en el interminable camino de la sociedad hacia el egoísmo. “El sufrimiento es pesado de muchas maneras,” señala. Sufrir es, sin duda universal, porque no importa cuanto dinero se tenga o dónde se viva. Todos cargamos una cruz, pero para algunos, esas cruces pueden ser demasiado pesadas y la oscuridad puede parecer eterna. Es en esos momentos cuando la Hermana Marta aconseja a los cansados para que “sigan confiando, sigan esperanzados.” “Dios está ahí,” insiste  “Aunque no lo veamos de inmediato, Dios se mostrará. Dios estará presente, y se hace presente cuando uno tiende la mano a un hermano o hermana que tiene necesidad.


Centro Católico de Ayuda en Eutaw, casi escondido en la inmensidad del paisaje rural de Alabama, ha sido durante mucho tiempo un faro de esperanza para los que necesitan una mano amiga. Las Hermanas Misioneras Consolata sentaron las bases de esperanza en ese pueblo pequeño en la década de 1970, y cuando las Hermanas Guadalupanas llegaron el centro acerca de una década, después de la partida de las Hermanas Consolata, continuaron con el buen trabajo y buena reputación de sus antecesoras.

Por muchos años, el centro se ha beneficiado de la ayuda de la Campaña Anual de Caridades Católicas, también conocida como Campaña Anual Diocesana para Ministerios. Este año, la campaña se llevará a cabo el fin de semana del 20-21 de septiembre. Para más información sobre cómo ayudar los Centros Católicos de Ayuda y otros ministerios diocesanos a construir futuros de esperanza para quienes más lo necesitan, por favor visite catholiccharitiesbhm.org.