Más que un simple recuerdo
Mis hermanas y hermanos,
Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia fue cuando recibí mi Primera Comunión. Incluso en nuestro pequeño pueblo en la península superior de Michigan, teníamos una clase excepcionalmente numerosa. En preparación para ese día, estudiamos nuestras lecciones, nos preparamos confesándonos por primera vez y aprendimos que la Eucaristía es el recibimiento de Jesús. Todos nos vestimos con nuestra mejor vestimenta de domingo. Incluso hoy, noto que el recibimiento de la Primera Comunión sigue siendo un gran acontecimiento. ¡Y así debe ser!
Mis hermanas y hermanos,
Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi infancia fue cuando recibí mi Primera Comunión. Incluso en nuestro pequeño pueblo en la península superior de Michigan, teníamos una clase excepcionalmente numerosa. En preparación para ese día, estudiamos nuestras lecciones, nos preparamos confesándonos por primera vez y aprendimos que la Eucaristía es el recibimiento de Jesús. Todos nos vestimos con nuestra mejor vestimenta de domingo. Incluso hoy, noto que el recibimiento de la Primera Comunión sigue siendo un gran acontecimiento. ¡Y así debe ser!
La afirmación única de nuestra fe católica es cuando el sacerdote consagra el pan y el vino en la Misa, ¡realmente se convierten en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús mismo! Es Cristo real y verdaderamente presente con nosotros. Después de todo, Jesús nos prometió que El permanecería con nosotros “hasta el fin del mundo”. (Mt 28:20) Los apóstoles comprendieron desde el momento de la Ultima Cena y a través de los comienzos de la iglesia, que Cristo no los abandonaría.
Aunque hay muchos textos que podemos citar de la Sagrada Escritura a cerca de la Eucaristía, hay dos que me llaman la atención. El primero es el capítulo 6 del Evangelio de San Juan. Aquí está el corazón del gran mensaje sobre la Eucaristía. Jesús se entrega como Cuerpo y Sangre — no solamente como una señal o memoria, sino verdadera y realmente.
Luego hace una afirmación extraordinaria: “¡Quien coma mi carne y beba mi sangre vivirá para siempre!” (Jn 6:54) Jesús nos ofrece algo más que un pensamiento piadoso o una idea bonita. ¡El se da a sí mismo! Jesús es el corazón mismo de la Eucaristía celebrada en las iglesias, capillas, monasterios, conventos e instituciones en toda nuestra diócesis.
¡Jesús está AQUÍ …AHORA! Nos acompaña cada día y quiere llevarnos a los lugares más bonitos de la vida eterna — algo que no podemos darnos nosotros mismos. (¡Ni siquiera mi doctor puede prometerme que voy a vivir para siempre!)
El segundo texto es del Evangelio de Lucas 24:13-35. Aquí un par de discípulos desanimados se encuentran con Jesús en el camino a Emaús. Muchos de los discípulos estaban tan desanimados después de la crucifixión de Jesús que tuvieron que encontrar una manera de resolver lo que acababa de ocurrir. Ellos querían creer que lo que Jesús les había dicho era verdad. Ahora que Jesús había sido crucificado ¿cómo pudo suceder eso? Entonces, como salido de la nada, un extraño se aproximó a ellos y los acompaño relatándoles lo que decían los Profetas y la Ley de las Escrituras Judías para responder a sus dudas. Ellos observaron lo que estaba sucediendo en lo profundo de su interior: “¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24:32) Sus corazones reconocieron algo más, aunque no pudieran reconocerlo en sus mentes. Entonces, cuando el sol se estaba metiendo, le suplicaron que se quedara con ellos. El se sentó a la mesa para la cena y tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio. Entonces repentinamente sus ojos se “abrieron” y reconocieron que era Cristo.
Todos los domingos tenemos la oportunidad de revivir otra vez la experiencia de Emaús — escuchar la Palabra de Dios, llevar nuestras alegrías, dudas y preocupaciones a una conversación con Jesús, y después, verlo nuevamente ante nuestros ojos. La preparación que hacemos cuando venimos a la iglesia o cuando un ministro de la Eucaristía nos visita en nuestra casa o en el hospital puede ayudarnos a hacer real nuevamente el evento de Jesús. A través de ella, escuchamos y experimentamos, de nuevo, las palabras prometedoras de Jesús de que cuando recibimos Su Cuerpo y bebamos su Sangre, viviremos para siempre. Es una gran esperanza que el Avivamiento Eucarístico se esté reavivando en toda nuestra nación y en todas nuestras iglesias. ¡Que Dios los bendiga a todos!