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 | Por El Obispo Steven J. Raica

‘Listo para salir en misión’

La Catedral de St. Paul acoge la Confirmación Diocesana

El 12 de febrero, El Obispo Raica celebró la Confirmación Diocesana bilingüe en la Catedral de St. Paul. La Confirmación Diocesana bilingüe está abierta a cualquier persona que sea elegible y necesite recibir el sacramento.

Mis hermanas y hermanos en Cristo, es un honor estar con ustedes hoy para celebrar el Sacramento de la Confirmación.  Ustedes se han estado preparando para recibir los dones del Espíritu Santo que son llamados “el poder” del Espíritu Santo sin el cual nuestras vidas serían incompletas y no experimentaríamos suficientemente la maravillosa vida que se nos ha dado.

Con la situación actual en la que nos encontramos, la interrupción de la vida normal a causa del coronavirus este último año, las dudas que tenemos de enfrentarnos al futuro por las incertidumbres que nos han hecho volver a pensar en lo que significa la vida. Ahora otra variante está trastornando de nuevo nuestras vidas.

En la celebración del Sacramento de la Confirmación, se nos han dado algunas pistas sólidas para ayudarnos a reconocer las limitaciones de nuestro pasado, conocer las herramientas disponibles para enfrentar nuestro futuro y darnos un camino para enfrentar la vida en el presente.

Mientras pensamos acerca de Dios, en la Santísima Trinidad, es relativamente fácil entender a Dios como el Padre. OK!, yo tengo un papá, así que puedo entender la analogía. El es el Creador del Universo.

Es fácil entender a Dios como hijo, conocemos acerca de Jesús como el hijo de María, la Madre de Dios. Conocemos acerca de Su misión salvadora en el Evangelio. Soy hijo de mis padres, el hijo de mi padre y de mi madre. Entonces, entiendo esa analogía.

No sabemos mucho de Dios como el Espíritu Santo. El Espíritu parece escurridizo, difícil de agarrar. Sin embargo, el Espíritu es caracterizado como el aliento…. el aliento de la vida.  Quizás es algo como el pegamento o amor que mantiene a los padres y familia juntos. Algo…. o realmente alguien que da el aliento de la vida. Pensamos acerca del espíritu como una fuerza y energía que crea, que renueva y tal es la fuerza que no se puede subestimar. Es más que el poder de cierto conocimiento de graduarse de la escuela y conseguir trabajo, o el ingenio político para controlar las sociedades. Es una fuerza o energía dada por Dios para ser una nueva persona, un nuevo hombre, una nueva mujer, una nueva vida que nadie me puede quitar, ni siquiera mis padres o el estado.

La primera lectura para la Confirmación de este año recuerda lo que sucedió en la primera Iglesia mientras que los seguidores de Cristo esperaban el evento de Pentecostés. Se les recordó: “Recibirán el poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes.” Y este Espíritu Santo, este aliento de vida, esta ráfaga de viento, este evento quitó todo el temor de ellos, convirtiéndolos realmente en lo que debían ser: Apóstoles y discípulos, personas que pertenecían a Dios y a los demás, pero también eran personas libres para hacer lo que eran llamados a hacer, salir en misión.

Recuerden, esos discípulos solo pasaron un par de años con Jesús. Sus vidas empezaron a cambiar al estar con él, mirarlo, escucharlo, hacerle preguntas. En sentido real, ellos quedaron cautivados, fascinados por un hombre que les habló acerca de ellos y en lo que se podían convertir. No podían permanecer como eran. Vieron y escucharon cosas que ya no podían dejar de ver o escuchar.

Fue un evento que los transformó lentamente en convertirse en algo más por lo que la vida sería vivida en una forma nueva, una manera diferente, una manera que finalmente dice – “Sin ti, oh, Cristo, ni siquiera puedo vivir.”

Cuando piensas en ello, justo después de la muerte de Jesús y resurrección, ellos se reunieron para procesar todo lo que estaba pasando. ¿Qué iban a hacer ahora que Jesús ascendió de nuevo al cielo?  Entonces, el evento de Pentecostés cambio sus vidas. Fueron enviados a los confines de la tierra para proclamar que ¡Cristo está vivo!

Para hacer esto, ellos no tenían un programa organizado como escuelas parroquiales de religión. Así que muchas personas que conocieron nunca habían oído acerca de Cristo. En esos tiempos no había un escrito del Nuevo Testamento. No había medios sociales, TV, radio o teléfono. No había talleres o instituciones de educación superior para ayudar a los líderes. Todavía no se habían construido iglesias o basílicas. Solo había un número creciente de personas que vivían plenamente y con extraordinaria libertad. Fue esta temprana comunidad cristiana que ofreció una sensación de esperanza cuando todo parecía irremediable. Ellos empezaron a acompañarse unos a otros y a construir la perspectiva de un futuro brillante. Escribiendo todo, con el tiempo, empezamos a ver los contornos del comienzo de los Evangelios, juntos con los escritos de San Pablo, San Timoteo y otros quienes compilarían los escritos inspirados del Evangelio, las Cartas y Hechos de los Apóstoles para que pudiéramos tener un punto de referencia. Así, en sus encuentros juntos, empezaron a apoyarse los unos a los otros y a acompañarse, escuchando de nuevo la historia de la salvación y cómo Jesús era activo con ellos y luego enviados en misión. Y cómo el poder del Espíritu Santo empezó a alejarlos de sus inseguridades e incertidumbres para proclamar a Jesús.

De hecho, hoy nosotros, como dice el salmista: “Proclamad las maravillas de Dios a todas las naciones.” Al hacer esto, el Espíritu Santo nos está enseñando todo lo que necesitamos en el camino.

Los dones del conocimiento, entendimiento, consejo, piedad, temor al Señor, coraje y sabiduría nos guiarán hacia adelante. Son compañías constantes para nosotros enfrentarnos a la vida diaria, muchas veces de maneras inesperadas.

En la actualidad, la Iglesia está dedicada a dos actividades monumentales. Una es el Sínodo en el que estamos involucrado a todos en lo que significa ser iglesia. ¿Es solamente cuando paso tiempo reunido con otros creyentes de ideas afines? O, también tiene una dimensión misionera, esto es, cuando estoy fuera del edificio, ¿cómo se ve ser iglesia? ¿Cómo se ve cuando estoy con mi familia y amigos? ¿Cómo se ve cuando estoy estudiando en la escuela o trabajando en un trabajo? ¿Cómo se ve en Publix, Macys, Kohls o Dollar Store? ¿Cómo se ve en un juego de fútbol o una competencia de atletismo, un concierto de música, o un museo de arte? ¿Qué pasa con aquellos olvidados en nuestras comunidades, los discapacitados, los enfermos, los encarcelados, los hambrientos y las personas en la calle, cómo los acogemos o cuidamos de ellos como el rostro de Cristo en nuestras comunidades? Nuestra vida como cristianos tiene una importante dimensión caritativa que llega hasta el tejido social de la vida y las imperfecciones de nuestra sociedad para hacer al mundo más justo. Cada uno de nosotros tenemos un papel y responsabilidad aquí para levantar el uno al otro porque juntos Dios nos hizo seres humanos primero para que todos seamos hermanos y hermanas, parte de una familia grande sin importar la etnicidad o lugar de origen. Como cristianos, infundidos con el Espíritu de Dios, tenemos un papel especial que jugar. Todo empieza con nuestro firme compromiso con Cristo.

El segundo es el Reavivamiento Eucarístico en el cual aumentamos nuestra conciencia del significado de la Eucaristía como el Cuerpo y la Sangre de Jesús presente con nosotros por casi 2,000 (dos mil) años. La Eucaristía ha sido pasada de una generación a la siguiente. Es el alimento de la vida sin el cual no podemos vivir ya que nos promete la vida eterna.

Pienso en dos santos recientes que guían nuestra conversación de hoy. El Beato Carlos Acutis, el joven santo del norte de Italia. Murió cuando tenía 15 años de leucemia. Tenía pasión por las computadoras y hacia una crónica de los milagros de la Eucaristía recordándole a todos los que conocía que la Eucaristía es nuestro camino al cielo.

El segundo es San José Sánchez del Rio, el santo mexicano que murió cuando rehusó a negar la fe. Capturado cuanto tenía 13 años y después de una tortura brutal, su don de conocimiento y valentía lo guiaron a proclamar que el pertenecía a Cristo y no negaría ni renunciaría a su fe en Cristo o la Iglesia. No cedería ni se lo daría a nadie con un último testimonio de fe. Por el poder de Espíritu, el proclamó: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!

Mis queridos jóvenes: No sé lo que Dios les va a pedir. No sé qué te llamará a hacer o cuando te llamará a hacerlo. ¿Matrimonio, vida de soltero, sacerdocio, vida religiosa? ¿Quién sabe? ¡El te dará pistas a las que debes estar atento! ¡No tengas miedo a la llamada de Dios! El Beato Carlos y San José no tuvieron miedo. La vida de los santos y la verdadera naturaleza de la Iglesia nos invita a ser testigos a lo que Dios puede hacer incluso hoy. Lo hacemos porque somos amados por Dios que solo nos quiere a nosotros, ¡solo a ti!, no a las cosas que acumulamos, ni los trofeos y premios, ni las cuentas en los bancos, ni nuestra fama, ni otros logros. El nos ama por lo que somos, no por nuestras debilidades y fracasos. El ve nuestra gran dignidad porque pertenecemos a El. Esto es cierto para cada persona aquí hoy. Tu eres amado. Eres bendecido. Perteneces a Cristo y el Espíritu te da el poder de vivir de manera en la que veras que suceden cosas maravillosas en tu vida, estes atento, mantén tus ojos abiertos y los oídos atentos para escuchar.  Al final, si lo sigues, será algo que te dará una verdadera y duradera paz interior y alegría no importe lo que pase porque tu perteneces al único que puede darte el deseo de tu corazón, una vida vivida plenamente que conduce a la vida eterna. ¡Que Dios te bendiga siempre!