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 | Por Mary D. Dillard

El poder del encuentro

Me estaba tendiendo una trampa desde el principio, y él lo sabía,” recuerda Bo Lovell, director de la Capilla de Nuestro Salvador de la Iglesia Católica de Our Lady of Sorrows en Homewood.  La persona que le tendió la trampa a Lovell era en ese entonces su jefe y feligrés de Our Lady of Sorrows, Walter Busenlehner. La artimaña, sin embargo, de ninguna manera maliciosa.

Los dos se conocieron en el Toy y Hobby Shop de Homewood cuando Lovell era uno de los empleados. Busenlehner, el antiguo propietario, trabajaba frecuentemente en el almacén para ayudar a su hija, Tricia, la actual propietaria. Durante los muchos días que trabajaban juntos, el católico Busenlehner y el metodista Lovell participaban en amistosos “debates filosóficos, religiosos y espirituales”.

Lovell estaba muy involucrado en la iglesia. Desde que era niño participando en su grupo de jóvenes hasta enseñar el programa como adulto, Lovell participaba en numerosos programas de la iglesia, incluyendo la enseñanza en la escuela dominical. Decir que Lovell era un metodista practicante sería quedarse corto.

Sin embargo, extrañamente, Lovell admite creer, desde que tiene memoria, que la iglesia católica fue la iglesia fundada por Cristo. “Sin duda alguna,” afirma él. “Hasta traté una vez de confesarme cuando era estudiante en Auburn, pero me aferré a la retórica de las fallas humanas de la iglesia.”

La conclusión de Lovell lo llevó a rebatir todos los argumentos de Busenlehner con la noción de que los metodistas no están “muy lejos de ser católicos”. Por supuesto, Busenlehner sabía lo contrario: caer en las garras del relativismo diluye las propias creencias. Como devoto de la adoración eucarística desde hace mucho tiempo, Busenlehner creía firmemente en la doctrina católica de la Presencia Real y quería compartirla con su amigo y compañero de trabajo.

Busenlehner invitó a Lovell a R.I.C.A., explicando que sería una forma de que entendiera mejor su posición la cual lo llevaría a “mejores bromas de ida y vuelta”.

Pregonando que la comida era gratis, Busenlehner acompañó a Lovell a la primera clase de R.I.C.A. asegurándose de que no se sintiera fuera de lugar. También se aseguró de presentarle a Mons. Martin Muller, entonces párroco de Our Lady of Sorrows, quien no finalizaba la clase sin mencionar, de alguna manera, la Eucaristía es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y Divinidad de Cristo. “Después de escuchar al Padre Muller hablar sobre la Presencia Real y por qué es la Presencia Real,” recuerda Lovell, “quise ser católico… Esa clase de R.I.C.A. realmente me tocó el corazón, y quería tener a Jesús conmigo.”

Para Lovell, la Eucaritía era la “pieza del rompecabezas que faltaba.” Incluso con toda su participación en la iglesia metodista, el sentía que tenía que haber algo más, y lo encontró en el Santísimo Sacramento. En 2011, Lovell, con Busenlehner como su patrocinador, fue recibido en plena comunión con la Iglesia Católica durante la Vigilia Pascual.

Dos años después de convertirse al catolicismo, Lovell siguió observando en el boletín de la iglesia una solicitud para adoradores comprometidos. Se había hecho amigo de Mary Claire Brouillete, cofundadora de la adoración perpetua de la iglesia, así que tomó el teléfono para preguntar la hora en que se necesitaba más.

Durante muchos años, mantuvo su hora del sábado en la noche y “tuvo algunas experiencias maravillosas.” Una noche, sin embargo, cambio su perspectiva para siempre.

Cuando se sentó para empezar a rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, se apoderó de él una “sensación extraña”. Se sintió reducido a la inteligencia y comprensión de un niño. Un fuerte “pensamiento” cruzó su mente, casi al punto de ser audible: “Nunca sabrás cuanto te quiero.” El respondió, “No hay forma que yo pueda entender cuánto nos amas. Tienes razón, pero estoy aquí ahora mismo gracias a Ti. “¿Qué quieres que haga”

El siguiente pensamiento lo tomó por sorpresa: “Siéntate aquí. Quédate conmigo durante tu tiempo señalado y disfruta de Mi paz. Es Mi regalo para ti.”

Una vez despejada su mente, tomó un libro desecho que estaba al final del banco, “Amar a Jesús con el corazón de Maria.” El libro escrito por Madre Teresa tenía un prólogo escrito por un sacerdote, exaltado las virtudes de la adoración perpetua.

Lovell quedó impresionado por la perspectiva del sacerdote sobre la adoración en relación con la Pasión del Señor. El sacerdote pedía a los lectores pensar acerca de Cristo en el Huerto de Getsemaní y el ángel que vino a fortalecerlo en Su tiempo de angustia. El sacerdote sugirió a los lectores contemplar al ángel mostrándole a Jesús una visión de ellos en adoración.

Mientras Lovell desconcertado seguía leyendo, las palabras resonaron con aquellas en su pensamiento: casi como una afirmación. “Así como uno no puede salir al sol sin esperar ser afectado por los rayos solares, no puedes sentarte frente a la presencia de Dios sin ser cambiado de alguna manera,” leyó él. Convencido que nadie le creería, decidió escribir sobre su experiencia y discernirla. Se lo llevó a su confesor, y seis meses después, se sintió llamado a compartir su experiencia con los demás.

Para alivio de Lovell, la primera persona a la que le contó fue a un adorador que necesitaba escuchar su mensaje. “He estado viniendo aquí casi cada dos noches por tres años,” proclamó el adorador, “y nunca he sentido nada que me hiciera saber que El lo apreciaba. Me estas diciendo que este es Su mensaje mí.”

Desde entonces, Lovell ha estado compartiendo su experiencia con los demás, porque es su manera de traer a otros al encuentro con Jesús. El poder del encuentro no es trivial, como tampoco es el poder de la oración. Sin el valor de Busenlehner de compartir su fe, Lovell nunca se habría unido a la iglesia. Y después de más de una década como católico, el amor de Lovell por la fe solo se ha profundizado. “La fe católica es una joya,” dice él. “La gente no la trata de esa manera”.

La mentalidad de que solamente das algo para recibir algo a cambio, es un error que cometen demasiadas personas en el mundo.

Para tratar de explicar el amor incondicional de Dios por todos sus hijos, Lovell da un ejemplo de un niño gravemente herido en un accidente. Como padres, la pregunta de si dar o no de nosotros mismos nunca es difícil de responder. Aunque signifique un gran sacrificio como ofrecer un órgano para trasplante  Sin embargo, a medida que el niño crece y prospera, el o ella se vuelve rebelde hasta el punto de volverse desagradable y distanciado. El amor que un padre tiene por un hijo no desaparece, pero el dolor estará presente.  No importa el dolor que un hijo cause, el padre continuará amándole  Para Lovell, esa es la única forma que el cree que nosotros como humanos podemos empezar a comprender el amor de Dios por nosotros.

Con esta analogía enfocada, las palabras “nunca sabrás cuanto te amo” tiene un peso aún mayor para Lovell. “Jesús está aquí en esta capilla,” afirma, “totalmente presente y esperándote”.