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 | Por Mary D. Dillard

'El mejor trabajo de todo el mundo’

37 años de ministerio de consuelo y esperanza

Priscilla Davis entra en la habitación 325, una ministra extraordinaria de la Eucaristía empleada por mucho tiempo por la Catedral de San Pablo. En la habitación compartida residen dos damas, ambas postradas en la cama. Davis saluda a la primera dama y ella le cuenta la feliz noticia de su reciente matrimonio. Después de una breve charla, Davis se dirige hacia la segunda dama mientras los televisores suenan en el fondo. En la segunda cama se encuentra acostada una anciana católica, residente de la habitación 325 durante muchos años. En el borde de la ventana se encuentran algunas tarjetas de miembros de la familia. Frente a ella se encuentra un plato de comida que no ha sido tocado. La mujer inmediatamente reconoce a Davis. Cuando se le pregunta si quiere recibir el Santísimo Sacramento, el alimento para el alma, sin dudarlo, responde “¡Sí!”. Mientras rezan las oraciones, la mujer se pone inquieta en la cama, retorciéndose las manos mientras espera ansiosa la recepción de la Eucaristía. Al final de la visita, nada más fue dicho entre las dos, excepto el intercambio “te amo”.

Esta visita no es poco común para Davis. Naturalmente, algunas conversaciones son más largas que otras, pero el corazón de cada visita es el amor. El amor, el cual es claramente evidente en la sonrisa siempre presente, amplia y sincera de Davis, no es solamente para aquellos que ella visita, sino que surge de su relación con el Señor. “Tengo el mejor trabajo en todo el mundo”, exclama Davis. “Llevo la Eucaristía todos los días y le llevo esa alegría a la gente”.

La fe de Davis siempre ha sido profunda, por lo que en 1985 cuando el pastor se le acercó con la invitación de hacer parte del equipo de la Catedral como ministra extraordinaria de la Eucaristía. En ese momento, ella había manifestado el deseo de enseñar como maestra de la escuela primaria con la gran bendición de criar a sus tres hijos pequeños. Estaba contenta, pero algo acerca de la invitación la obligó a aceptar, como si fuera un llamado y ella lo contestó.

Poco después de haber empezado su nuevo trabajo, su esposo, Jack, fue diagnosticado con un tumor en el cerebro. A la edad de 48, los médicos solo le dieron 14 meses de vida. Durante este tiempo de agonía y prueba, la pareja mantuvo a Cristo en el centro de sus vidas, pero Davis no podía dejar ir a su querido esposo. En su tiempo de agonía, Davis recibió una sacudida impactante, tanto literal como figurativa.

Un día, una persona se le acercó, la empujó físicamente y le dijo, “¿Qué derecho tiene tú para impedirle de irse a su felicidad eterna?”. Sorprendida, Davis respondió con humildad y perspicacia: “Mi propio egoísmo”.

No pasó mucho tiempo después del encuentro que el esposo de Davis falleció. Su muerte, aunque insoportablemente dolorosa, le enseño una lección invaluable: una que ella ha empleado todos los días desde entonces. “Siempre se reduce a separarse y amar”. Enfatiza ella.

Ya sea al final de la vida o como resultado de la vejez, la enfermedad o la fragilidad, ver sufrir a un ser querido genera inquietud. “No queremos enfrentarlo”, explica Davis, “porque duele”.

Ella insiste, sin embargo, que debemos superar la incomodidad si queremos con nuestro llamado como cristianos de amarnos los unos a los otros. Para Davis, separación significa enfrentarse a lo incómodo. A través del desapego, ganamos una claridad que nos permite ver la dignidad de cada persona.

Tristemente, la sociedad ha defendido los impulsos egoístas para evitar lo desagradable o lo indeseable. Cuando reina este tipo de egoísmo, se soporta fácilmente el desprecio. El desprecio de esta naturaleza y el eventual desdén que fomenta están en el corazón de la cultura del descarte. Vivir en esta cultura del callo genera una terrible propensión a extinguir lo que ya no se considera útil.

La utilidad es, sin duda, relativa. En los ojos de la cultura del descarte, los ancianos, los enfermos y los frágiles, son vistos como carga. La opinión de Davis, sin embargo, es diferente. No importa cuán viejos, enfermos o frágiles, nadie es muy viejo, enfermo o frágil para recibir la gracia de Dios a través los sacramentos y Su cercanía a través de Cuerpo espiritual de Cristo. “Ya no hay más respeto por la vida”, observa. “Necesitamos recuperar ese respeto”.

El respeto por la vida le ha permitido ver y tratar a “su gente” como familia. “Yo los amo, y ellos me aman”, dice ella, pero el amor que se intercambia no es una trivialidad o cliché. “Visitar a los enfermos, a los enfermos crónicos, a los hospitalizados, a los ancianos o a los confinados en casa”, explica, “todo es lo mismo. Es acerca de brindar amor y Dios es amor”. Citando a la difunta Hermana de la Misericordia Mary Vernon Gentle, Davis enfatiza que “las personas no son proyectos”.

Simplemente, desprendiéndose y amando, Davis está ofreciendo a “su gente” la cercanía a Dios. En su mensaje con motivo de la trigésima Jornada Mundial del Enfermo, el Papa Francisco enfatiza que ser un conducto para la cercanía con el Señor es una “tarea para todas las personas bautizadas”, no solo “específicamente designado para los ministros”. Aquellos quienes cumplen esa tarea, dice el Papa, “derraman el bálsamo del consuelo y el vino de la esperanza sobre las heridas de los enfermos”.

Después de 37 años de ministerio, los dones de consuelo y esperanza son segunda naturaleza para Davis.  En sus ojos, ella es una extensión de la iglesia. Llevar el consuelo y la esperanza del Santísimo Sacramento es primordial, pero también puede ser tan simple como ofrecer una tierna sonrisa, dar un abrazo o charlar acerca de la familia. Como cualquier relación, hay momentos que pueden ser un poco más desafiantes. No es raro que el teléfono de Davis suene en medio de la noche. Para la mayoría, el impulso de ignorar la llamada, o incluso enojarse por la interrupción, sería tentador. Sin embargo, Davis contesta la llamada sin dudarlo porque sabe que al otro lado de la línea es alguien solitario que necesita de un corazón amoroso que lo escuche. Primero que todo, dice Davis, “siempre haz que se sientan amados … no digo que sea fácil, pero se reduce a eso”.

Davis ahora está ministrando a su tercera generación de persona que necesitan consuelo y esperanza.  “En un momento todos eran mi mamá”, dice ella con una sonrisa. “Ahora son mis hijos”. A la edad de 82, Davis no muestra signos de decelerar. “Le llevo alegría a la gente y ellos me dan alegría a mí”, dice ella. Ser ministra pastoral puede ser su trabajo, pero Davis lo ha convertido en mucho más. Ella ha hecho del ministerio el trabajo de su vida, cumpliendo su llamado de ser Cristo para los demás.


¿Quiere ayudar?

Davis alienta a los fieles a llamar a la oficina de su parroquia para ver cómo pueden ayudar, ya sea a través de su programa “Adopte a un abuelo” o como un ministro extraordinario de la Eucaristía para aquellos feligreses que están confinados en sus casas o en el hospital. Ella enfatiza, sin embargo, que el ministerio es un compromiso y aquellos interesados deben estar dispuestos a pasar una hora a la semana de su tiempo en el ministerio.