Share this story


 | Por Mary D. Dillard

Ve y encuentra a la oveja perdida

“Adquiere el espíritu de paz y mil almas a tu alrededor serán salvadas.”

Esas palabras profundas son atribuidas a San Serafín de Sarov, un santo canonizado por la Iglesia Ortodoxa Oriental. Las palabras también constituyen la base del servicio de Grant Wyatt a la iglesia católica. Wyatt, el actual ministro jóvenes de la escuela secundaria en la iglesia Católica de Nuestra Señora de los Dolores en Homewood, reflexionó sobre esas palabras, tratando de aplicarlas a su ministerio. Mientras lo hacía, se preguntó, “¿Cómo fomentamos esa paz en nuestros jóvenes?” La respuesta, sin embargo, requería responder primero otra pregunta: “¿Cómo fomento eso en mí mismo?”

“Si no tengo esperanza y no tengo paz,” observa Wyatt introspectivamente, “¿entonces cómo puedo fomentar la esperanza, la paz, el amor y la alegría en nuestros jóvenes?”

Naturalmente, la respuesta a esa pregunta es simple: es imposible. “No puedo dar lo que no tengo,” dice Wyatt. Entonces, ¿qué se puede hacer? Para Wyatt, la solución es sencilla: el discipulado. El personalmente se esfuerza por profundizar en su relación con Cristo, usando la oración interior para permitir que “el agua del Espíritu” lo moldee para poder “ser dócil a las manos del Señor.”

Ser moldeado a convertirse en un discípulo de Cristo ofrece muchas oportunidades. Para Wyatt, la principal de esas oportunidades es la posibilidad de convertirse en un testigo de la gracia en su vida. Se esfuerza en proclamar, “vivo de esta manera porque conozco a Jesús.” Al compartir con los niños cómo el Señor está obrando en su vida, “está poniendo su dinero donde está su boca,” lo que sostiene que es el primer paso del discipulado.

Wyatt cree que la visión predominante del ministerio de la iglesia no equivale necesariamente al discipulado. Afirma: “Creo que eso no es bueno,” especialmente en la pastoral juvenil porque a los jóvenes no siempre se les da crédito por lo observadores que son. Los jóvenes y en realidad todos, solo escucharán si sienten que pueden confiar en lo que se les dice.

Ellos saben si pueden confiar o no en algo o alguien y saben si son cuidados o no. Por esa razón, Wyatt pone bastante énfasis en el cuidado de los demás. Cuando los jóvenes están seguros de que ellos importan, eso contribuye en gran parte a crearles un corazón y una mente abiertos.

Recordando su infancia, recuerda una pareja mayor que le abrió su corazón a Cristo. “Ellos solamente hablaban conmigo en la iglesia todas las semanas,” recuerda. “No es nada ciencia espacial. ... Cuando vez a los adolescentes, solo ve a hablar con ellos y conoce a sus familias ... eso es ser discípulo.”

Aunque el discipulado no es     “ciencia espacial,” muchos en la iglesia, particularmente las generaciones mayores, se apoyan en la idea de un efecto de boomerang. Para aquellos que no están familiarizados, el efecto se refiere a la idea que los jóvenes se alejan de la iglesia solo para regresar cuando empiezan una familia. Wyatt reconoce la tendencia fue muy frecuente hace algunos años, pero en el presente la iglesia se enfrenta a la cruda realidad que los jóvenes se marchan sin ninguna intención de regresar.

Muchos se van para las iglesias protestantes donde se sienten parte de algo: sienten que pertenecen. “Compran sus camisetas. Compran sus gorras. Compran lo que sea porque sienten que pertenecen a esa comunidad,” explica. La amistad y la pertenencia son lazos fuertes, y lo que las iglesias protestantes se han dado cuenta es que cuando esos lazos se forjan es más difícil dejarlos atrás.

Para entender mejor cómo las iglesias protestantes son capaces de forjar esos lazos, Wyatt se fija en San Pablo, el patrón de la Diócesis de Birmingham en Alabama. “El iba a las ciudades y pueblos y luego no empezaba a evangelizar de inmediato.” Señala. “Aprendía la cultura de la ciudad, los conocía, sabiendo dónde están, sabiendo qué los apasiona y viendo qué es lo importante para ellos.”

Aplicando el mismo método para su ministerio, pone el ejemplo de comparar los deportes con la participación de la iglesia. La mayoría de las veces, los deportes tienden a ocupar el primer lugar, incluso por encima de las clases sacramentales. En vez de cuestionar instintivamente los valores y prioridades, Wyatt sugiere que la respuesta debería ser intentar a comprender. “No deberíamos demonizarlos ni señalarlos,” aconseja. “En lugar de eso, debemos tratar de entender porque esto o aquello es más importante.”

Para Wyatt, seguir los pasos de San Pablo significa que el indicador de su éxito no siempre puede estar directamente relacionado con el número de personas que acuden al grupo de jóvenes. Más bien, el éxito debe ser determinado por el numero de personas que están siendo discipulados. “Los grupos de jóvenes no son para todos,” admite, “y mi trabajo como ministro de jóvenes es ministrar a los jóvenes, no solo dirigir un grupo de jóvenes.”

Ministrar para Wyatt puede ser de diferentes maneras. Ya sea ir a un partido de fútbol, ir a un partido de béisbol, asistir a una obra de teatro, o simplemente tomarse una taza de café con alguien; encontrar a los jóvenes donde ellos están ayuda a crear comunidad de la cual ellos pueden ser miembros. En sus ojos, la esperanza de la iglesia es que todos los fieles de Dios elijan salir y ser discípulos. “Es una decisión que cada católico tiene que tomar,” observa.

“Jesús es el Buen Pastor y va al encuentro de sus ovejas,” dice Wyatt. “Si queremos ser como el Buen Pastor, tenemos que hacer lo que él hace. Deja a las 99 ovejas para encontrar una. Muchas veces es realmente cómodo para nosotros como iglesia quedarnos con las 99 ovejas.

Sin duda, las personas son criaturas de la comodidad, pero los fieles, como Wyatt, deberían considerar seriamente las palabras de San Serafín. ¿Existe en nuestros propios corazones la voluntad de fomentar un espíritu de paz? Si no es así, ¿estamos dispuestos a conocer más profundamente a nuestro Señor? Si la voluntad de verdad existe, entonces esforzarnos por alimentar el amor a Cristo en nuestros corazones, cumpliendo con nuestro llamado en hacer discípulos, incluso si eso significa dejar a las otras 99.