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 | Por El Reverendísimo Steven J. Raica

Un testigo único e intencional

Mis hermanas y hermanos, yo crecí en un pueblo muy pequeño en la Península Superior de Michigan (comunmente llamada “The U.P.”). Era una zona extensa con ciudades y pueblos esparcidos por la costa y el interior del territorio. Era un área remota donde la vida familiar era fuerte y como jóvenes, creábamos nuestras propias actividades divertidas.

En verano, podíamos sentir el aire fresco que flotaba desde el Lago Superior — un aire acondicionado natural — junto con el olor de los pinos. En el invierno, cantidades masivas de nieve nos entretenían mientras creábamos toboganes y construíamos fuertes. No hay nada que hable de “periferia” como muchas comunidades rurales, muchas de ellas tenían como punto de referencia una parroquia pequeña o de tamaño modesto. Muchas veces, los residentes de las comunidades rurales estaban distanciados del ajetreo y el bullicio de los grandes centros urbanos donde varias parroquias se complementaban entre sí en el ministerio pastoral. En muchos casos, la parroquia católica era la única presencia institucional católica en el condado.     De hecho, algunas parroquias católicas estaban lejos     de la catedral.

En las áreas rurales aquí en nuestra diócesis, las parroquias son pequeñas con pocos feligreses o son grandes debido a una población cultural única en una zona. Sin embargo, parroquias rurales y misiones juegan un papel importante en la vida de una comunidad local, aunque solo haya una misa el domingo o servicios pastorales limitados como en los territorios de misión.

Hace casi 40 años, tuve la alegría de visitar la Tierra Santa. Caminar tras las huellas de Jesús, volver a leer los Evangelios, y ver lo que vieron nuestro Señor y los Apóstoles fue algo realmente conmovedor y asombroso — un momento de gran renovación espiritual. Sin embargo, ese deseo de ir donde “estuvo” Jesús — caminar en la tierra donde Él vivió — fue un momento de nostalgia.

Hoy, como católicos, creemos que las palabras de Jesús son verdaderas incluso hoy. No estamos tan atados a la tierra como estamos a una persona — es decir, a Jesucristo. Nuestras iglesias, ya sean grandes y majestuosas o modestas y simples, tienen algo muy especial que no puede encontrarse en ningún otro lugar. Tenemos la presencia del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús con nosotros. Durante la celebración de la misa y en los sagrarios de nuestras parroquias remotas, la presencia inefable de Jesús está ahí. Cada parroquia rural es la presencia de Cristo plantada en medio del pueblo de Dios. Cada una es verdaderamente un lugar asombroso porque los feligreses que asisten allí son dedicados, fieles e intencionales. De manera particular, les agradezco su testimonio vibrante en las comunidades locales.

Además, agradezco a los sacerdotes y los trabajadores pastorales de estas comunidades. Muchos usan varios “sombreros,” prácticos, asegurándose de que todo se haga para que los sacramentos se celebren y los fieles sean alimentados con la Palabra y la Eucaristía. Con esta publicación, les doy un aplauso porque ellos también sostienen nuestro camino de fe.

Rezo para que el testimonio único de nuestras parroquias rurales nos permitan crecer en el amor que Dios tiene por nosotros. Cada parroquia rural es un recordatorio de la presencia de Jesús: “¡Estoy aquí!... Ven y sígueme”.

A unique and intentional witness