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 | Por El Reverendícimo Steven J. Raica

Arriesgarse para marcar una diferencia

Queridos amigos,

Mi propio camino educacional fue mixto entre educación católica y publica. Fue una mezcla de escuela primaria católica y escuela secundaria pública, ya que en esos tiempos no había escuela secundaria católica en mi ciudad. Después de la universidad pública, ingresé a un seminario católico y realicé estudios de postgrado. Las hermanas dominicanas enseñaban en nuestra escuela primaria católica. Mis estudios de postgrado fueron bajo la dirección de los Jesuitas en Roma. Cada escuela contribuyó a mi formación para convertirme en la persona que soy hoy.  ¡Qué bendición haber experimentado una amplia gama de estilos de educación, incluso dentro de la escuela católica!

Hoy, nuestras escuelas y programas católicos marcan una diferencia todos los días.  Estoy impresionado por la calidad y excelencia de nuestras escuelas para preparar ciudadanos y discípulos llenos de fe para la sociedad del mañana. Tres palabras resumen las escuelas católicas de hoy: fe, excelencia, servicio.  Permítanme unas breves palabras sobre cada una:

Fe

Nuestra fe católica se compromete en la formación de una persona individual en todos los aspectos.  Sobre todo, se reconoce que cada persona es un hijo de Dios cuya vida tiene un propósito y sentido.  Cada niño, de hecho, cada persona, tiene un último fin o destino. Para nosotros, es estar unidos en la unión gozosa con Cristo en el cielo.  Cada estudiante vine con dones y talentos que deben ser refinados para alcanzar su máximo potencial.  Cada persona también viene con preguntas de lo que la rodea — para conocer y entender nuestro mundo, cómo llegó a ser, cómo respetamos y protegemos nuestro hogar común y cómo podemos crecer para ser miembros plenos de la iglesia y la sociedad. Para nuestra fe católica, nuestras vidas están centradas en la promesa de Jesucristo, nuestro Salvador. El vino para redimirnos y prometió que nos acompañaría a lo largo de la vida hasta nuestro final.

Excelencia

“Ser todo lo que puedas ser”, el antiguo lema del Ejército de los Estados Unidos, puede parecer obvio, pero una educación católica tiene la esperanza de que cada estudiante es único y tiene un don para retribuir a la familia, comunidad y la sociedad. ¿Cómo podemos llegar a ser lo mejor de nosotros mismos, en mente, cuerpo y espíritu? El equipo de profesores, personal, sacerdotes y religiosas, junto con una asociación esencial con los padres, ayudan a guiar el proceso siendo ejemplos y testigos de lo que Dios puede hacer en sus vidas. Esa excelencia está diseñada para “exceder las expectativas” y no conformarse con menos. Nuestros estudiantes son equipados para ser los mejor que puedan ser.

Servicio

La parte final del programa de formación educacional es el de servicio. No nos educamos para nosotros mismos. Nos convertimos en testigos y discípulos cristianos de nuestra fe para los demás que encontramos en el camino. ¿Cómo utilizamos lo que hemos aprendido para compartir con aquellos que pueden estar en desventaja o menos afortunados? ¿Cómo llegamos a una comunidad más amplia?  Vernos como parte de la familia humana, nuestros hermanos y hermanas, con un origen y un destino comunes informa e inspira nuestro servicio. A través de nuestros gestos, tanto largo como pequeños, compartimos esperanza y optimismo. Cada persona a través de su servicio contribuye a la construcción de una sociedad que es más equitativa y justa.

Nuestras escuelas católicas se arriesgan a que los estudiantes puedan y tengan éxito en el camino hacia la verdadera libertad. Nos arriesgamos al formarlos en la rica tradición de nuestra fe en Jesucristo y al prepararlos para ser ciudadanos productivos en la sociedad y la iglesia. Nos arriesgamos invirtiendo y sacrificándonos por ellos. Un sincero agradecimiento a los muchos benefactores que generosamente contribuyen con su tiempo, talento y fortuna para garantizar que nuestros estudiantes tengan la mejor oportunidad de éxito. Este éxito es más que fama y fortuna, es el cumplimento del sueño de Dios para cada uno de ellos, independientemente del camino de la vida. Como el poema famoso de Robert Frost “El Camino no Tomado” concluye: “Tomé el menos transitado y eso marcó toda la diferencia”.