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 | Por Mary D. Dillard

Alexiz el niño milagro

Una historia del poder sanador de Dios

No hay esperanza. Su hijo se va a morir.”


Estas fueron las palabras que escucho asustada Margarita García de 21 años después de un accidente que involucró a su hijo Alexiz de 18 meses.

La pesadilla de García comenzó cuando ella recibió una llamada telefónica desesperada del esposo de su niñera. La única información que pudo obtener de la llamada fue que su hijo se había atragantado con una tortilla. Tan pronto como llegó al hospital, fue sorprendida por el diagnóstico de que a su hijo Alexiz sólo le quedaban cuatro horas de vida.

Sus muchas preguntas se encontraron con cero de respuestas, y aunque ya le habían dicho lo que una madre nunca quiere oír, los médicos decidieron realizar una cirugía con la esperanza de que Alexiz recuperara la conciencia.

Una vez que la noticia del pequeño Alexiz se extendió por toda la comunidad, los amigos empezaron a llegar al hospital para consolar y apoyar a García y a su esposo, Romeo. Una amiga le dio una imagen del Divino Niño, con las instrucciones para rezar por su intercesión. En ese momento de su vida, sin embargo, ella era una católica que no practicaba, lo mismo que su esposo, por lo que las oraciones prácticamente no existían.

Una semana después de la cirugía, el pequeño Alexiz era mantenido vivo con un ventilador. El hecho de que no despertaba llevo a los médicos a profundizar más. Las pruebas adicionales descubrieron un hematoma en la parte posterior izquierda del cerebro de Alexiz. La tortilla alojada en el pulmón era solo una pequeña parte del problema. La niñera no le dijo a García o a los médicos que Alexiz se había caído de cabeza, creando un coágulo de sangre en su cerebro.  Añadiendo a la tragedia, trabajadores sociales comenzaron a investigar.

Su desesperanza se convirtió en ira: una ira dirigida a Dios. García incluso empezó a rechazar completamente a Dios, dudando de su existencia. Ella había venido a los Estados Unidos por el sueño americano. A diferencia de los niños pobres en las calles de México, ella y su esposo trabajaron incasablemente para mantener a sus hijos, asegurándose de darle a Alexiz y su hermano mayor, Kevin, lo que aquellos en su tierra natal solo podían imaginar. Ella no podía entender porque Dios no “tomó” a unos de los niños pobres en las calles que ella había dejado.

Ninguna cantidad de ropa o zapatos podrían solucionar sus problemas ahora. Una mañana alrededor de las 6 a.m., una enfermera entró en el cuarto del hospital con papeles. Les dijeron, “Necesitamos que firmen estos papeles para poder así desconectar a su hijo mañana porque no hay nada que nosotros podamos hacer.” Les dieron el nombre de la funeraria y les dijeron que una vez que fuera desconectado, solo tendría unas horas.

El esposo de García estaba angustiado, golpeando las paredes y rogándole a Dios que se lo llevara a él en su lugar. Por el contrario, García estaba en el otro extremo del espectro: ella estaba insensible y distante. El miedo de perder a Alexiz le impedía tocarlo y de entrar a su casa. Ella le pidió a su esposo que se deshiciera de todo lo que le recordara a Alexiz: fotografías, ropa, juguetes.

La noche antes de que le quitaran el respirador a Alexiz, una amiga llegó al hospital a visitar. En la mano de esta amiga había una Biblia. Su amiga trato de hablarle acerca de Dios, pero García se enojó y dijo, “¡Llévate todo lo que tenga que ver con Dios y no me hables más a mí acerca de El!” La amiga le rogaba, “no lo desconectes porque solo Dios decide cuándo termina la vida.”  Entendiendo el dolor, la amiga se fue, pero se fue sin algo: la Biblia.

Como nunca había abierto una Biblia en su vida, tomó la Biblia que dejo su amiga, la abrió, y empezó a leer. “El no está solo. Yo estoy con él … ten fe” fueron las palabras que saltaron de la página. Inmediatamente, las lágrimas rodaban por su cara y una seguridad penetró en su corazón. Todos sus miedos y vergüenza se desvanecieron cuando se metió en la cuna con Alexiz y abrazó a su hijo por primera vez desde su lesión. Ella le prometió a su hijo desde ese momento que “nunca se iría de su lado.” “Si tú no ere feliz,” le dijo a su hijo, “entonces yo no soy feliz. Vamos a vivir esto juntos. Nunca estarás solo.”

Cuando el esposo llegó esa misma noche, se sorprendió de ver a su esposa abrazando a su hijo. Ella empezó diciéndole lo que había pasado, pero cuando el pidió ver el verso de las Escrituras, ella no lo pudo encontrar. Sorprendentemente, él no la cuestionó.  Por el contrario, decidieron no desconectarlo del ventilador. Al día siguiente, empezaron el proceso de moverlo para otro hospital.

Los médicos se resistieron, mostrándoles toda la evidencia de que su hijo nunca se despertaría o movería y mucho menos caminaría. Ellos perseveraron y lo movieron para el Hospital de Niños en Birmingham. Al principio, había esperanzas. García adorno el cuarto de Alexiz con estatuas del Divino Niño, su Biblia, tarjetas de oración y rosarios. Después de dos semanas, sin embargo, los nuevos médicos estaban sugiriendo una elección familiar y sombría: terminar la vida de Alexiz o llevárselo para la casa con un respirador.

La duda comenzó a colocarse nuevamente en la mente de García. Ella agarró la estatua del Divino Niño, suplicando por respuestas. Mientras lloraba hasta quedarse dormida, tuvo dos sueños. El primer sueño fue del Niño Jesús caminando a través de la ventana y diciéndole, “Tú me lo pides, pero no me lo pides con fe. Si me lo pides y tienes fe, todo lo que pidas te será concedido.” El segundo sueño involucró a Nuestra Señora de Guadalupe pidiendo dos rosas blancas.     No importa cuánto se esforzó en su sueño, cada flor que buscaba se volvía “fea”.

Con el sueño todavía vivo en su memoria, la siguiente mañana García llamó a la Hermana Guadalupana Obdulia Olivar. A la hermana no se le escapó nada. Ella le dijo a la mamá asustada que le pidiera a la Santísima Madre por su intercesión. “Háblale a Nuestra Señora de Guadalupe,” me instruyó, “y le dices que estas sufriendo. Pídele que interceda pidiéndole a su Hijo que sane a tu hijo.” La hermana también le indicó que en cuanto saliera del hospital, llevara a su niño al Santuario del Santísimo Sacramento en Hanceville. “Ve al santuario, lleva a tu hijo a la estatua del Divino Niño, arrodíllate y con tu bebé en tus brazos di, “Aquí está mi hijo.”

García y su familia rezaron sin cesar. El rosario era rezado diariamente y un viaje al santuario era hecho semanalmente. Para sorpresa de los médicos, el joven Alexiz iba progresando, aunque lentamente. Al principio, hubo un movimiento ligero de un dedo, pero con el tiempo, fue capaz de mover toda la mano. Cuando su hermano mayor le hablaba, Alexiz empezó a sonreír y eventualmente abriendo los ojos. Dejar de usar el respirador, pararse y caminar fueron todas metas arduas. “Progreso,” explica García,     “ha estado siempre con él”.

Ahora que Alexiz tiene 15 años, “le gusta jugar,” dice García con una sonrisa. “Le gusta bailar y es capaz de comunicarse.” Mientras él lucha con algunos retrasos en su desarrollo, su amplia y omnipresente sonrisa es testimonio del poder sanador de Dios.

Los estragos de la familia, los cuales han sido numerosos, no los desalentaron. García sostiene que su jornada ha sido un regalo — un regalo que ellos alegremente comparten. La familia usa sus bendiciones y el niño milagro para buscar familias separadas de la iglesia. Cada año, la familia va a estos hogares, rezando la Novena del Divino Niño y compartiendo su testimonio. “Siempre le recuerdo a mis hijos y a mi esposo de estar agradecidos a Dios por lo que ha pasado en nuestras vidas porque sabemos que tenemos un propósito.” El pequeño Alexiz ha ayudado a su familia a llenar el llamado que nosotros como cristianos estamos llamados a responder. Nuestro propósito es buscar a almas alejadas de Dios y llevarlas al Niño Jesús, nuestro Salvador.”